viernes, 23 de noviembre de 2012

LOS APRESURADOS



¡Apresúrese que se hace tarde! ¡¿Que no entiende que ya no hay tiempo para esas cosas?!  …¿Ya no hay tiempo para esas cosas?, que contradicción más grande.

A menudo escucho las voces de "los apresurados". Siempre sobrellevando su interminable carrera contra el tiempo de la que ellos mismos parecen ya estar cansados, siempre dejando pasar desapercibidos aquellos momentos que yo guardo con recelo. Pero ¿saben?, no envidio ni por un instante  sus vidas, aunque soy desagraciada en cuestiones de longevidad, me emociona el misterio de un nuevo día, aquella incertidumbre que recorre cada una de mis raíces, como una impresionante descarga de adrenalina desbordándose por mi estructura frágil y rígida, que aunque pequeña, es capaz de experimentar el tan maravilloso placer de la vida, sin la incertidumbre con la que cargan a diario los apresurados y que pareciera ser sólo y exclusivamente privilegió mío. Vaya que considero una igualitaria y justa recompensa gozar de emociones bombarderas aún cuando sólo sea por unos cuantos días.

Muy temprano por la mañana cuando después de quejas y quejas la apresurada número uno se decide a levantar y dejar en descubierto cada uno de mis pétalos para ser acariciados y extasiados por los cálidos rayos de sol, es ahí el momento clave donde sé que otra aventura comienza. Tras unos minutos de cálidas caricias  toca el turno al apresurado número tres, quien suele no ser tan quejumbroso pero bastante exagerado en sus comentarios, los cuales procuro ignorar con tal de ser recompensada por jugar el papel de confidente fiel y discreta, con semejante baño de agua que pareciera haber sido recién extraída de uno de esos montonales de agua que al parecer llaman ríos. Me quedo sin palabras para describir lo placentero que se vuelve ese momento en el que el agua penetra la tierra del masetal para llegar a las entrañas de mi ser. Podría decir que es la sangre que mantiene revoloteando a mi corazón de alegría, tanta dicha sólo se ve interrumpida por un par de llantos casi angelicales que denotan en sus graves tonos la pureza e inocencia de una infante, la única en esta casa que el pasar de los minutos pareciera no importarle en lo absoluto, más bien los convierte en sus aliados para vivir incontables historias, que sospecho son sólo inventos suyos y de las cuales formo parte a menudo; hasta he llegado a pensar que esa podría ser la verdadera razón por la cual, a pesar de ser una jovenzuela de tan sólo tres días mis pétalos y tallos por doquiera que se miren, dicen la terrible edad de semana y media. No niego que el fantasma de la edad me causa inquietud por las noches pero no es algo que me quite el sueño, digo, preocupada estaría sí tuviera seis o siete días como algunas que conozco y que aún así andan muy campantes y descaradamente muestran las vergüenzas en las que se han convertido, pero bueno en el último de los casos, gracias a Dios ya existen los floreros de cristal cortado, repletos de adornos y esculpidos casi por dioses que hacen ver bella hasta a la más marchita. Aún cuando ese fuera mi caso, prefiero una hora siendo yo, una tonta, frágil y desafortunada rosa, que vivir apresurada.

Carlos Alejo.

Puebla II

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