¡Apresúrese
que se hace tarde! ¡¿Que no entiende que ya no hay tiempo para esas cosas?! …¿Ya no hay tiempo para esas cosas?, que
contradicción más grande.
A menudo escucho las voces de "los
apresurados". Siempre sobrellevando su interminable carrera contra el
tiempo de la que ellos mismos parecen ya estar cansados, siempre dejando pasar
desapercibidos aquellos momentos que yo guardo con recelo. Pero ¿saben?, no
envidio ni por un instante sus vidas, aunque
soy desagraciada en cuestiones de longevidad, me emociona el misterio de un
nuevo día, aquella incertidumbre que recorre cada una de mis raíces, como una
impresionante descarga de adrenalina desbordándose por mi estructura frágil y
rígida, que aunque pequeña, es capaz de experimentar el tan maravilloso placer
de la vida, sin la incertidumbre con la que cargan a diario los apresurados y que pareciera ser sólo
y exclusivamente privilegió mío. Vaya que considero una igualitaria y justa
recompensa gozar de emociones bombarderas aún cuando sólo sea por unos cuantos
días.
Muy temprano por la mañana cuando después de
quejas y quejas la apresurada número uno se decide a levantar y dejar en
descubierto cada uno de mis pétalos para ser acariciados y extasiados por los
cálidos rayos de sol, es ahí el momento clave donde sé que otra aventura
comienza. Tras unos minutos de cálidas caricias
toca el turno al apresurado número tres, quien suele no ser tan
quejumbroso pero bastante exagerado en sus comentarios, los cuales procuro
ignorar con tal de ser recompensada por jugar el papel de confidente fiel y
discreta, con semejante baño de agua que pareciera haber sido recién extraída
de uno de esos montonales de agua que al parecer llaman ríos. Me quedo sin
palabras para describir lo placentero que se vuelve ese momento en el que el
agua penetra la tierra del masetal para llegar a las entrañas de mi ser. Podría
decir que es la sangre que mantiene revoloteando a mi corazón de alegría, tanta
dicha sólo se ve interrumpida por un par de llantos casi angelicales que
denotan en sus graves tonos la pureza e inocencia de una infante, la única en
esta casa que el pasar de los minutos pareciera no importarle en lo absoluto,
más bien los convierte en sus aliados para vivir incontables historias, que
sospecho son sólo inventos suyos y de las cuales formo parte a menudo; hasta he
llegado a pensar que esa podría ser la verdadera razón por la cual, a pesar de
ser una jovenzuela de tan sólo tres días mis pétalos y tallos por doquiera que
se miren, dicen la terrible edad de semana y media. No niego que el fantasma de
la edad me causa inquietud por las noches pero no es algo que me quite el
sueño, digo, preocupada estaría sí tuviera seis o siete días como algunas que
conozco y que aún así andan muy campantes y descaradamente muestran las
vergüenzas en las que se han convertido, pero bueno en el último de los casos,
gracias a Dios ya existen los floreros de cristal cortado, repletos de adornos
y esculpidos casi por dioses que hacen ver bella hasta a la más marchita. Aún
cuando ese fuera mi caso, prefiero una hora siendo yo, una tonta, frágil y
desafortunada rosa, que vivir apresurada.
Carlos
Alejo.
Puebla II
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