Había una vez una tierra ni tan
extraña ni tan lejana, no era reino de princesas vanidosas y príncipes azules
casi perfectos cuyas aficiones eran casar dragones y enamorar princesas de
pueblos vecinos. Era un pueblo extraño, el sol se escondía con cada primero de
mes y hacía sus modestas apariciones cuando las nubes se despedían del lugar,
un leve verso trazaban entre los cielos y esos algodones blancos hacían espuma
en el tapiz azul.
En cierto
modo, a pesar de ser pobre jamás fue descortés con los demás, trabajaba en una
lavandería y diario caminaba mucho para llegar a su trabajo ya que no tenía un
caballo o una carreta para llegar, su papá hacía trabajos forzados cerca de una
cárcel y no estaba en casa, cargaba piedras y había accidentes muy seguido. El
rey de dicho lugar, quería construir una fortaleza más grande entonces los
obligaban a realizar trabajos pesados, su vida era miserable, muchas veces apenas
hacían una comida al día. Una ocasión hubo un derrumbe y las piedras cayeron
sobre muchos trabajadores entre ellos estaba el papá de Debra, no sobrevivió al
derrumbe junto con muchos otros.
Debra era
la única responsable de su restante familia, haberse quedado sola en su pequeña
cabaña y con sus dos hermanos fue de lo más duro para ella. Entonces comenzó a
trabajar en la casa de una baronesa (así se les llamaba en ése entonces). Ella
tenía que trabajar cuando la aurora daba sus primeros saludos, y hasta que el
ocaso elevaba sus místicos colores abriendo escena para su amiga, la noche.
En una
ocasión, ella salió muy tarde del trabajo; la noche era como la boca de un
lobo, las carretas iban a prisa. Casi nadie estaba en las calles. Se escuchaba
a lo lejos el aullido de los lobos y la despedida de las áves cuando van a
dormirse, ella caminaba apresuradamente pensando en que sus hermanitos estaban
en casa esperándola, con hambre sin haber comido y pasando frío, cuando de
repente un ladrón se apareció y se paró en frente de ella, sacó un chichillo y
la amenazó. Ella estaba atemorizada pero no quería ceder porque sabía que ese
dinero era para alimentar a sus hermanos por una semana, entonces trató de
luchar contra él, en ese momento llegó al rescate un joven ( no un príncipe
azul, no se emocionen) sólo un príncipe sin capa, sin ropas lustrosas, solo,
con su espada y su caballo. Debra se quitó de en medio y vió como el ladrón
salió corriendo después de ser intimidado por la espada del joven, ella estaba
atónita, quería darle las gracias pero en lugar de eso, su corazón no soportó
la gran impresión y se desmayó. El joven corrió a su lado y la cargó, tratando
de despertarla, cuando ella volvió en sí le agradeció por su prueba de
caballerosidad y valentía, él le preguntó donde vivía para que la llevara en su
caballo, pero ella le dijo que no había problema que podía ir sola a casa, debajo
del alumbramiento de la luna, él se despidió de ella y un sentimiento de color
carmesí nació ésa noche y con una mirada, ella se alejó.
Una noche, Diedra
sintió un extraño golpe en su pecho justo en su lado izquierdo, era como cuando
alguien toca la puerta y esperas paciente a que alguien te responda y te abra
para poder entrar, ella lo veía imposible, enamorarse de cuyo caballero le
había salvado la vida y que desde ésa noche, no le volvió a ver era una
ilusión, sólo eso.
Sus
hermanos eran apenas unos niños, llenos de esperanza pero la muerte de sus
padres había sido fatal para los tres; una especie de fortaleza tenían en su
corazón indomable, siempre íntegros en su actuar y siempre cautos y obedientes,
Diedra trabaja muy duro para ellos, vivían en un reino muy injusto en el que el
pobre era más pobre y el rico se convertía en más poderoso. Ya comenzaba el
invierno, en esa época donde el blanco cubre el espacio y el frío penetra los
poros de la piel, nieve y más nieve por doquier. Una tarde de invierno, Vastian
el joven que le salvó la vida a Debra, la vió afuera de una tienda de abrigos,
ella los miraba detenidamente, el cristal de la tienda estaba ya empañado y
ella temblaba de frío; tenía una bolsa de pan en la mano y su bufanda era víctima
del vaivén del viento, su mirada fija y observaba con precisión. Él se acercó
por detrás y la cubrió con su capa de piel muy suave, ella se sorprendió pues
no sabía quién era. Al voltearse vió que era su caballero, el dueño de sus
pensamientos, allí justo frente a ella. Fue un instante de palabras mudas, un
sentimiento más fuerte que el viento y más rápido que la luz, el rompió el
silencio después de besar su mano fría, no le invitó un café tampoco le pidió
su teléfono móvil, sólo la llevó en su caballo, cabalgaron por un rato y
llegaron a un puente. El hielo había cubierto todo, el agua cristalizada
brillaba con el esplendor de la luna, él la tomó de la mano y comenzaron a
dialogar, el caballero parecía no darse cuenta del frío, sólo la escuchaba y la
miraba con delicadeza. Después de un rato preguntó dónde vivía para llevarla a
casa. En el camino él le contó quién era y dónde vivía, era noble. Un príncipe
que no deseaba serlo, que estaba harto del modelo monárquico de su padre, y que
pasaba su vida en las calles defendiendo a los débiles, era como un guardián de
los desprotegidos.
Al llegar a
su cabaña, sus hermanos ya estaban dormidos y el entró en su humilde casa para
seguir dialogando, una especie de admiración sentía por ella al escuchar lo
difícil que había sido su vida y su coraje para seguir adelante la hizo amarla
más. La noche pasó entre risas, vivencias y secretos muy rápido. No se habían
dado cuenta que los gallos comenzaban a cantar anunciando un nuevo día, él le
pidió matrimonio y le dijo: Hace tiempo que te veo vivir, te veo pasar cuando
regresas a casa, soy tu caballero pero no puedo esconderlo más, supe que te
amaba cuando te vi por primera vez, tómame para toda la vida seré tu ángel por
siempre. Ella no sabía qué decir, en realidad era todo lo que quería, y le
dijo; soy una sirvienta que trabaja para sostener a sus hermanos, no soy de esas
chicas de la corte que siempre va bien peinada o bien vestida, tú eres el
heredero al trono ¿cómo te casarías con alguien como yo? Él la tomó del brazo y
la besó, sólo la quería a ella, sólo la amaba a ella. El joven caballero estaba
harto de las chicas egoístas que sólo querían un puesto de popularidad elevado.
Él se fijó en ella por ser ella, por ser humilde, amable, buena, bondadosa toda
una mujer de virtud.
Después de
un tiempo se casaron, no hubo oposición de los papás de Vastian reyes del reino,
y Debra llevó a sus hermanos con ella, su vida cambió y ahora estaba con el
hombre que amó desde un principio y Vastian no podía estar más contento porque
también estaba con la mujer que amó desde el primer momento en que la vió. No
les diré que fue un final felíz, esos en mi parecer no existen, porque las
mejores historias nunca terminan.
Itzel Rosas
Caballero
Teziutlán
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Recuerda que tu mensaje pasa por un proceso de moderación para aparecer publicado.