viernes, 14 de diciembre de 2012

CAROL Y EL ESPEJO


La familia Winston estaba de visita en casa de la abuela materna. Charlotte y Bryan eran dos niños muy inteligentes pero también muy curiosos, les encantaba visitar a su abuela materna porque les contaba fabulosos cuentos antes de dormir y eso los entretenía muchísimo y les ayudaba a salir de la rutina de sus vidas en la ciudad. Aunque sus padres los querían mucho, vivían atareados por sus empleos: la madre  una prestigiosa abogada y su padre dirigía una compañía de bienes raíces, por lo que casi siempre estaban en la guardería o en casa de algún pariente de sus progenitores. Desde  luego que en cuanto se enteraron que visitarían a la abuela Sara, empezaron a dar saltos de alegría.

                Por fin llegaron a la casa, estilo colonial  con grandes ventanales, con una escalinata en la entrada y la puerta de madera con una manija antigua de raro metal a la que los niños habían llamado: el pequeño castillo de la abuela. Todos estaban  muy contentos  de volver a reunirse, se abrazaron y los padres de los niños se despidieron. Los niños fueron a la cocina para que su abuelita les sirviera comida. El tiempo transcurrió entre risas y recuerdos de viajes pasados a la casa de la abuela, y llegó la noche. La abuelita Sara llevó a los niños a su alcoba para arroparlos y contarles la tan esperada historia de ese día:

−Mis queridos niños, sé que están esperando la historia y les diré que ésta nos durará cinco días pues se trata de las “aventuras de Carol”, una niña ordinaria como ustedes que también se aburría con su vida. Era una chiquilla muy lista, simpática y curiosa, de unos once años. Su madre había muerto cuando ella apenas tenía cuatro, por lo que no recordaba cómo era físicamente. Su padre tenía una pequeña granja con caballos, cerdos, gallinas y algunos patos. Carol era la menor de cuatro hermanos y todos eran varones; así que era la única mujercita en la familia. Su padre la mandaba a traer agua al pozo, y alimentar a los cerdos y las gallinas. Apenas comenzaba a ir al colegio y era su único entretenimiento, se divertía poniendo nombre a los animales de la granja y contando las flores en camino cuando venía a casa. La niña se sentía terriblemente aburrida pero un pensamiento ocupaba su mente: conocer a su madre, pues había muerto cuando la niña era muy pequeña y no la recordaba. Un día que su padre la mandó por agua al pozo, algo extraordinario le sucedió: se quedó mirando al cielo un instante y después buscó su reflejo en el pozo y al momento que deseaba ver a su madre, del pozo brotó una luz brillante y apareció una escalera que conducía hasta una pequeña puerta. La niña bajó y abrió la puerta sin el menor temor. Al entrar se encontró frente a una hermosa fuente de color azul y dentro de un castillo. Entonces comenzó a escuchar una voz que en susurro le decía: “para encontrar la verdad/ cinco pruebas debes pasar/ el libro de la sabiduría debes buscar/ y el secreto descubrirás”. A Carol le parecieron extrañas esas palabras y en ese momento se dio cuenta que estaba en los jardines de un gran castillo. Así que sin demora se propuso buscar el libro del que hablaba la voz. Caminando llegó a una habitación lujosamente decorada con candelabros en la pared, una gran mesa en el centro adornada con un bello mantel color caqui, y los cubiertos dispuestos como para un gran banquete. Atravesó un enorme pasillo de mosaico verde pistache perfectamente pulido y llegó a la biblioteca. Se quedó pensando un momento cómo hallaría el libro de la sabiduría entre tantos y entonces se dio cuenta que casi al centro de la habitación había una caja de cristal arriba de una mesa, y dentro se encontraba un libro grueso,  con los bordes en color dorado. “Ese debe ser” pensó. Caminó hacia  la caja de cristal, la abrió con mucho cuidado y tomó el libro, pero al momento, el libro se elevó por el aire y se abrió destellando ante los ojos de la niña; entonces escuchó una voz que parecía provenir del libro y decía: “Sé lo que buscas querida niña y aquí lo encontraras. No será fácil primero debes pasar la prueba”, “Un secreto deseas conocer/ que a tu pasado te hará volver”, “Si los acertijos logras resolver/ las cuatro llaves vas a tener/ y con ellas abrirás, las puertas de la verdad”. Y continuó expresando: “Bien jovencita, ya sabes lo que tienes que hacer, no estarás sola, Brillante te acompañará. La niña se quedó pensando un momento, de pronto apareció una lucecita del tamaño de una esfera que emanaba luz y le dijo: “Sígueme, te ayudaré a buscar las llaves”, la niña la siguió y se dirigieron a un salón suntuosamente decorado como el resto de las habitaciones pero en su interior tenía algunos cuadros de personas vestidas de gala y al centro, colgado en la pared, un espejo. La voz le dijo a la niña: “Acércate al espejo y dile: Lindo espejito, dame el primer acertijo”, la niña lo hizo y al momento aparecieron en él, una letras que decían “No soy luna, ni sol y en medio del cielo estoy”. La niña se quedó pensando un momento y se llevó las manos a la cabeza consternada pero, Brillante le dijo: piensa, piensa Carol observa el espejo. Tras varios minutos de examinar el espejo, la niña encontró la primer respuesta: ¡¡Es la letra E!!, dijo la niña con un grito de jubilo. Entonces el espejo cambió lo que tenía escrito y el siguiente acertijo apareció: “Forman las hojas mi ser, produzco fruto invisible, hay muchos que me devoran pero no soy comestible”. Nuevamente la niña comenzó a ponerse nerviosa y la luz le dijo: “¡siéntate! respira, te sentirás mejor si salimos al jardín para pensar”. Ambas salieron. De pronto la niña vio deshojarse una rosa por el fuerte viento que soplaba. Al momento llegó la respuesta: “¡Es el libro!”, dijo con cara de satisfacción, vamos a ver al espejo. Las letras en el espejo volvieron a cambiar, el nuevo acertijo decía: “Me rodea, me rodea, me sigue por donde voy y aunque yo jamás lo vea, él está donde estoy yo”. La niña y Brillante salieron nuevamente al jardín a pensar. Pasaron veinte  minutos que a Carol  le parecieron eternos y por fin dijo nuevamente emocionada: “¡Es el aire!, Brillante contestó “¡Bien Candy, muy bien”. Fueron nuevamente ante el espejo y la niña dijo la respuesta entonces y el nuevo acertijo apareció: “Están a tu lado y no las ves /piensa un rato y dime qué es”. Igual que las veces anteriores, la niña y Brillante salieron al patio a sentarse a pensar y Brillante le daba pistas a la niña; así pasaron dos horas y por fin Carol gritó: “Ya lo tengo, son las orejas”, y Brillante hizo un sonido como el de una campanilla cuando se gana un premio. Ambas se dirigieron al salón donde se encontraba el espejo y la niña gritó emocionada: “Espejito, espejito, tengo la última respuesta: son las orejas”. En ese momento el espejo se desvaneció y en lugar de Brillante, apareció una bella dama con un vestido azul que tomó de la mano a la niña y le dijo: “Carol, ven conmigo, te ayudaré a encontrar las llaves”. La primera estaba justo frente a ellas en una mesa que se encontraba bajo el espejo, la niña la tomó y caminó junto a esa mujer que de pronto le había inspirado cariño y confianza, como si la conociera de antes. Llegaron a una gran puerta de madera muy luminosa, y brillante le pidió la llave con la que abrió la puerta y al momento vieron que la habitación estaba llena de instrumentos musicales que emitían al unísono una hermosa melodía, Brillante le dijo:  Candy ¿Recuerdas qué decía el último acertijo?” La niña repitió el acertijo y también la respuesta y preguntó: “¿Ahora debo buscar otra llave, verdad?”. “Así es, Candy piensa bien antes de tocar los instrumentos porque si no aciertas, la puerta se cerrará para siempre y no podremos salir de aquí”. La niña observó por momento el arpa, un piano la trompeta, el contrabajo y notó que la guitarra no emitía sonido alguno, fue hacia ella y la sacudió al momento escuchó un ruidito, siguió sacudiéndola hasta que por fin la llave salió por el orificio que todas las guitarras tienen en medio. En ese momento los instrumentos cambiaron la melodía al sonido de una fanfarria y la puerta se abrió. Brillante y la niña salieron y se dirigieron nuevamente a la biblioteca. “Ahora”, dijo Brillante: “piensa bien y dime ¿qué debes hacer con la llave dorada que tienes?” La niña notó una pequeña vitrina donde se encontraba un libro parecido al que anteriormente le habían hablado. Caminó hacia la vitrina e introdujo la llave. Tomó el libro y lo colocó en una mesa y ¡¡ooh, sorpresa!!, el libro era un caja. La niña levantó la tapa superior y encontró un sobre con una nota que decía: “Felicidades. Si has llegado hasta aquí, significa que has pasado las  pruebas del espejo y tienes derecho a pedir un deseo, piensa bien lo que quieres porque no cualquier deseo te será concedido. La niña se quedó inmóvil y en su mente repetía: quiero conocer a mi madre, la quiero conocer. De pronto sintió que alguien la tomaba de la mano y descubrió que Brillante la que antes era un ángel; se había transformado en otra persona que se la hacía muy familiar. Llevaba un atuendo parecido al suyo pero con diferente color y una bandita café ceñida a su cintura. El cabello ensortijado le caía a los lados y unos collares adornaban su cuello. Calzaba sandalias de piel como las que usaban las campesinas del lugar y la bella mujer le habló con voz dulce: “No me recuerdas pequeña mía, soy tu madre. La niña la abrazó fuertemente y sollozando le dijo: “¡Mamá, mamita chula. Hace mucho que sueño con este momento! La madre y la hija caminaron hacia los jardines y se sentaron en un recodo del jardín. La madre dijo a Carol: “Escúchame con atención pequeña, estaré aquí por un breve tiempo, pues tengo que darte unos consejos que jamás, debes olvidar: El destino te ha reservado un gran porvenir y quiero que me prometas que siempre cuidaras de tus hermanos y de tu padre, sobre todo cuando esté enfermo y te necesite. Haz tus deberes con ahínco y determinación; recuerda que la pereza no es buena. No creas todo lo que te dicen, hasta verlo con tus ojos, recuerda que no toda la gente es honesta y habrá quienes deseen causarte problemas, y por último: estudia mucho porque algún día todo el mundo sabrá tu nombre. Ahora debo irme hija mía, siempre estaré a tu lado para protegerte y cada vez que me extrañes abre esta sombrilla y siéntete protegida”. La mujer le dio   una hermosa sombrilla color azul cielo con rosas lila en el forro. Ambas caminaron hacia una colina mientras la madre iba avanzando en el aire y también despareciendo. Candy abrió su sombrilla y la sostuvo en su mano izquierda mientras con la derecha se despedía de aquella bella ilusión. Aquella escena tenía el hermoso fondo de la región del Piamonte, con mucho la región más verde y más linda de todas. De pronto la niña voltea cierra su sombrilla y encoge los hombros y decide marcharse hacia su hogar.

Por: Briseida Neri Bravo
Orientadora  Educativa
Conalep Tehuacán

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