Después
de ti, tu cuerpo: ausente de ti.
Frío
apartado. Volando sobre otros cielos, como un murmullo distante.
No mirarás la niebla elevarse sobre los campos bañados
de espigas. No sentirás
amor... extrañarás esas emociones que se fusionan formando extrañas sonrisas y
cejas fruncidas.
Después de ti, tu acento.
Grabado en las memorias, y almacenado en el eco del
adiós.
No correrás más, no cubrirás su cuerpo al deslumbrar
la luna. Echarás de menos sus manos sobre tu piel, los labios sobre los tuyos
formando sonrisas mudas. No mirarás las flores nacer, mientras se visten de
gloria; y cómo, al terminar la
primavera, ceden al verano copioso.
Después de ti, tus labios.
Aguardando el beso, la despedida inconclusa.
No sentirás el sol caminando atento, imaginando tu
vida. Esos pensamientos ya no vendrán. No cubrirás sus ojos para que adivine
quién eres aunque bien sabe, porque tu aroma es su escudo, su amuleto apolíneo.
Después de ti, tu silencio.
Tu despedida, que anuncia la bienvenida a la madre de
todas las tristezas.
Pimientos y secretos en el desván, mientras la última
pieza de vals es tocada por el sutil abrazo de la noche anterior, un abrazo que
lo dice todo, una mirada que todo lo expresa.
Después de ti, tú, aroma.
Haciendo compañía en la piel de tu fiel compañero,
dentro de sus poros, en el espacio más
recóndito de su capacidad mental.
Grabado como un
lunar en un pedazo de piel, como el recuerdo del primer beso, tan imposible de
quitar. Tu aroma, impregnado en sí, más que una identidad en. Vivirá porque su
amor es más grande que la constelación de los planetas. No le verás sonreír,
formando con sus pies danzas mudas que erradicaban cualquier rastro de desánimo.
Después de ti, tú, mirar.
Tras el poder de convencimiento, cuya virtud movía
corazones y cedía a las razones necias, incluso tus propias razones.
No sentirás la tarde caer con su paz anaranjada. No
sentirás la euforia al escuchar tu canción, uniendo tu voz con las notas y
alzando las manos en señal de emoción.
Tus señales ciegas desaparecerán, como la nieve al sol.
Tus pulmones no volverán a sentir el oxígeno dentro.
Después de ti, ¿qué más? Las charlas que impartían cátedras
de humanización la vida, tan llenos de fuerzas
que jamás se cansan y ánimos que no menguan, ¿dónde quedarán hoy? Estarás en
soledad, volviendo al origen de tu existir, porque polvo somos.
¿Después de ti? Su vida, porque para vivir, la soledad
no es compañera; porque para vivir se necesitan dos. Porque hay un hueco en el
borde de la cama inferior y un hueco en su corazón, que sólo tú podrás llenar,
pero tu ausencia duele más que nada porque sabe que jamás regresarás.
Después de ti,
su respiro. Su respiro, antes de ser consumado por la última vela encendida al
final de la mesa, la mesa donde solían cenar y mirarse a los ojos por largos
minutos, mientras las risas protagonizaban una noche de felicidad.
Después de ti y su respiro, no quedará más. Porque
cuando te fuiste te llevaste todo. En
los bordes de tu ausencia, fuiste artífice de sus más profundos anhelos y
tejiste con él sueños, que jamás volverán. Y cavaron las olas en busca de un hogar, pero hallaste
burbujas flotantes que danzaban en silencio.
Después de ti, nada más. Porque alimentaste sus peldaños
de esperanza transformándolos en realidad, y la realidad eras tú y ahora te has
ido. Las horas del café y los chistes en la cocina han cesado, el beso mañanero
de energías fortuitas. Todo se ha ido.
No sentirán dolor hoy, ni calor mañana. Porque los
muertos no sienten nostalgia.
Itzel Rosas Caballero
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