Eran las doce del día. Tenía un
vestido beige con bordados purpura. Fué en la casa de los locos, más conocido
como “la nave” por el diseño del lugar. Había de todo esa vez: caras largas y
miradas, El señor sapo en sus rimas, las tías en el pastel y los invitados
sobre la mesa como si fueran niños. La novia Mustacho, con sus hombros de trapo
y sus gafas de sol, saludando al público, invitó a todos a hacer un brindis: rosas
pintadas de blanco y, entre sus vestidos, se podía mirar la playera del América
(vaya gustos). El novio, con su moño rosa en el cuello, aventó el ramo a los
señores caballeros que tenían trajes de corazones y helados de chocolate; los
globos de helio y las piñatas listas para romperse. Comenzaron a ponerse
calientes, como en las películas que se emocionan y rompen piñatas y hacen todo
un relajo; la piñata tenía piñas, calabazas, naranjas y todo tipo de frutas. La
novia para romper la piñata, se puso un casco (el casco de la carroza).
La música flotaba y perforaba los oídos como
en los conciertos. Con ella estaban los caramelos, una perfecta combinación,
señores. Los invitados, batían las
manos, el señor Sapo cantaba haciendo burbujas en el aire, la novia Mustacho
con su playera americanista medio escondida y su casco bailaba , los caballeros
de honor a una misma voz cantaban y su moño color rosa hacía contraste con sus
zapatos de quinceañera. Las damas de honor, con una rosa en la cabeza, rosas
blancas y el Mustacho dando un toque francés, sin perder el estilo, claro.
Los meseros eran
conejos blancos muy bien arreglados, llevando copas de un lado a otro con jugo
de uvas, las uñas pintadas y uno que otro con rastas en la cabeza, eran
formales pero tenían buenos gustos. Las palomas mensajeras eran parte de la
orquesta y con sus patitas tocaban el piano. Fue la hora del banquete y la
novia mustacho fue llamada para partir el pastel, un pastel con forma de
galleta oreo, que desde su infancia habían sido sus favoritas, hasta el día de
hoy. El ratón ayudo a cortar los trozos de los invitados, el pastel estaba
riquísimo.
Todo el mundo
estaba contento, los novios bailando tangos, los cantores, los músicos incluso
los suegros, el señor y la señora Pata padres de la chica Mustacho, y el señor
y la señora Pie, los papás del joven princeso. Y en ese día había de todo; sonrisas
relucientes, abrazos de miel, deseos de vainilla y así, una cesta de buenos
deseos para los novios. Los músicos
tenían sueño y las palomas ganas de ir al baño, entonces la música tuvo que
parar por un rato, los meseros estaban de un lado a otro, corriendo y saltando.
La tarde llegó, y las luces se prendieron, las amigas luciérnagas habían
llegado, los porros voladores y los granitos de arroz en el suelo, el reloj Tic
toc, y los pedazos de sueño por los aires, bailando con los globos flotantes
llenos de vida. La tarde sólo duró minutos, la felicidad rompió el tiempo de
todos los individuos esa vez, hasta que la noche los cubrió de sí misma.
Así que lo
imaginario se siente tan real, que me quedaré otro rato. La posibilidad de
regresar es nula, la probabilidad exacta de volver a recordar.
Conalep
Teziutlán.
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