viernes, 27 de abril de 2012

Un mundo sin Gente 1: Monte


Estoy en medio del monte, puedo oler el aroma fresco a las flores; pinos; puedo rescatar ese olor a frescura y tranquilidad absoluta, puedo notar el roce del aire en mi rostro. También me percato del cantar de los pajarillos; como una música clásica; apoyada por el hurtar de las ardillas corriendo por las ramas viejas y frágiles de los árboles. Me pude quitar los zapatos y así poner mis pies encima del suelo; podía reírme por el roce con el pasto, piedras y tierra del suelo; pero no sentí una molestia  por estar así.

Comencé a caminar con los ojos cerrados y noté claramente la calidad del aire y el suelo; pasando un momento me entraron  ganas de recostarme en el pasto. Abrí mis ojos y noté el pasto verde color limón, decorado por piedras de diversos tamaños, formas y cualidades; también estaba acompañado por flores hermosas y de un buen olor. Me senté y de nuevo volví a cerrar mis ojos; me dejé llevar por lo que quería mi cuerpo hasta que terminé acostada y abriendo los ojos miré el cielo y noté esas nubes de color indefinido (azules, blancas) roseadas por los rayos del sol, dando un color tornasol y eso me parecía acogedor, la decoración de dicha visualización eran los pajarillos de diversos colores y con sus cantares diferentes; hacían una melodía hermosa y nueva que jamás había oído, me sentí cómoda y feliz.

Pasando el rato me levanté y coloqué los zapatos en mis pies; caminé lentamente hacia arriba donde estaba ubicado un cerrito acompañado por unos hermosos arboles; pero no todos estaban llenos de vida sino que también en el panorama se encontraban árboles muertos y secos; pero no afectaba la calidad de aquel paisaje ya que es tal cual la vida real; no todo es hermoso y de buen parecer sino también podemos encontrar claramente problemas y tempestades que nos suelen afectar; pero al paso del tiempo nos hacemos como los arboles viejos; fuertes, aparentamos sabiduría y un conocimiento amplio de la vida y sus alrededores.

Llegando a la parte más alta del cerro mire hacia abajo; inmediatamente tuve un pensamiento infantil “aventarme por un costado, permitiendo rosar mi total cuerpo con  todos los animalitos, pasto, tierra del suelo”. Estando realmente decidida lo hice y sonreía, reía y gozaba de aquel cálido momento. Al llegar a la cumbre del monte, me levanté aún sin poder parar de reír; pero lo que me hizo detenerme fue el sentir el caminar de unas diminutas patitas por mi cuello y cuidadosamente lo tomé en mis manos; noté que era una mariquita, me senté encima de una piedra enorme y me la coloqué en las piernas, empezó a caminar hacia mi estomago y me percaté de los hermosos colores de su capa y sus alas diminutas; lo curioso era que no se alejaba de mí.

Llegando la oscuridad tomé mis cosas y me empecé a despedir de ese hermoso panorama; pero no se me olvidaba esa hermosa mariquita que poseía en mis manos suaves, doblé mis rodillas y mi espalda para colocarla en el suelo; pero me percaté de que no se bajaba de mi mano al contrario subía; abriendo sus alas hasta llegar a mis hombros. Sonreí y miré al cielo, caminé lentamente hasta alejarme de ese hermoso lugar que ahora hago llamar el hogar de mi felicidad y mi abrigo en la soledad.

Jamila Del Pilar Castillo García.

Plantel Teziutlán 153

Contabilidad.

1 comentario:

  1. Muy buena descripción, es un hecho Jamila que te gusta la naturaleza, supongo que a todos nos apasiona y nos llena de felicidad, algo que me gustó es que no describes pura belleza y hermosura, también admites que en un paisaje en ocasiones hay una tempestad “tal cual la vida real” también podemos encontrar claramente problemas que nos suelen afectar, eso me gustó. Además el hecho de leer como convives con esa mariquita es digno de mencionar pues muestra como la vida está en armonía contigo, casi siempre la vida está en armonía con nosotros pero nosotros no estamos en paz con ella, por eso me gustó saber cómo te llevaste con esa mariquita.
    Saludos y sigue escribiendo así.

    Jahaziel Guzmán
    Conalep Puebla I
    Mecc-206

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