viernes, 25 de enero de 2013

Muralla de montañas



Hoy desperté tarde. Como siempre miré por la ventana a los lejos aquella cadena de montañas; es un día nublado, una ligera neblina ha caído en esa zona y difumina  los cerros, sólo alcanzo a apreciar sus onduladas siluetas, da la impresión de que son fantasmas. El recuerdo, que las montañas, está difuminado; pero no por completo. Aún se distinguen las marcas de su presencia en mi mente.
Bajé la mirada hacia la solitaria y polvorienta calle. No es un día en el que se apetece para dar un paseo en bicicleta. Volví a subir la vista al lado opuesto para saludar a mis dos gigantes favoritos, esa pareja de enamorados que tanto me gusta. Una blanquísima y helada manta cubría el cuerpo de la mujer (dormida) y Don Goyo decidió fumarse un cigarro para entrar en calor.
Di la espalda a esta maravillosa estampa y me acorruqué en la cama, al frente, los libros mal acomodados en el improvisado librero construido por mi padre, me invitan a darles una releída, pero recuerdo que tengo mucha tarea, pendientes y cosas que me gustaría hacer... Dudé en levantarme, ¿para qué? Me pregunto una y otra vez, también pensé en el frío que hay afuera y me quedo postrada aquí un rato más. A mi lado izquierdo la televisión, abandonada, ya necesita una sacudida. Desde hace tiempo no se me antoja encenderla y sumergirme en publicidad y falsas realidades; a su costado se hayan colgando de la pared dibujos hechos por mí, recortes de revistas y citas de autores anotadas en papeles de colores. Me detengo a leer una: “Es mejor ser un cohete caído que no haber resplandecido nunca” Oscar Wilde.
Después de vacilar un momento decidí cambiarme de ropa, calzarme y tomar un suéter morado de mi ropero, el que más me gusta, luego abandoné la habitación y la desgana, cerré mi puerta de madera con cerrojo para no se fuera a escapar y pudiera encontrarme.
Diana Laura Ramos Aca.
(Egresada)
Plantel Puebla II

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