Los primeros días
estuve en una caja donde nada se veía. No escuchaba más que la risa de los
niños que pasaban cada segundo junto a mí y así permanecí hasta que un día, con
mucha suerte me compraron. Fue tan excitante poder salir de esa tienda por
primera vez pues esperaba mi momento para
poder jugar con ellos divertirme volar por los cielos.
La primera cosa que vi fue a un niño que, tan
rápido como colocó sus manos sobre mí, me pateó con gran fuerza, me elevó tanto
que sentí volar; vi el sol, y las nubes como algodones en el cielo tan azul
como lo había imaginado. Me sentí tan lleno de alegría que no creo que ninguna
palabra pueda describirlo.
Así
pasó el tiempo y cada día me sentía tan feliz jugando y jugando sin parar, me pregunto
cuántos pies me habrán pateado, ¿cuántas veces pude oír la voz de los niños
jugando conmigo? Pasaron grandes momentos jugando conmigo cada día igual que el
anterior. A veces me sentía solo porque regresaba a mi caja y no podía
aguantarme de las ganas de salir pero no sucedía pero aunque pasara mucho o
poco tiempo sabría que me sacarían.
Un
día de lluvia estábamos jugando contra muchos niños, el mío en especial, estaba
divirtiéndose como de costumbre; nada parecía raro pero algo que me cambió para
toda mi vida: mi niño resbaló conmigo y así como resbaló no lo vi pararse como
de costumbre; se quedó ahí acostado a lo lejos, se escucharon sirenas que
venían de una ambulancia que se llevó a mi niño y yo me quedé allí, en ese
campo de futbol esperando a que volviera por mí; pero en vez de eso, su mamá
vino por mí y me metió en mi caja y pasaron años y nada pasó; sólo estaba hay
en mi caja como un prisionero.
Como empezó, terminó.
Empecé en una caja y terminé en una caja. Qué irónico: mi alegría se fue
acabando poco a poco y sólo quedó el odio en mi corazón.
De
pronto oí pasos de una persona; pensé que sería lo habitual que agarraría otro
objeto bajaría y pasaría un largo tiempo para que el volviera a subir; pero ese
día no fue así. Me sujetaron y me llevaron muy lentamente a una mesa; me
sacaron la luz del sol; me cegó un momento, pero cuando por fin pude ver, no
creí lo que veía: vi a mi niño que ya
era una persona adulta y no puedo describir la alegría que sentí. Fue como si
lo hubiera visto por primera vez. Me sujetó muy fuere y pensé que me patearía
pero lo que vi me lleno de tristeza porque él no tenía una pierna y a él estaban
ligadas dos muletas. Sentí ganas de morir porque sabía que yo había sido el
causante de eso y no me atreví a mirarlo. De nuevo todo ese rencor que había
sentido por él me regresó: un odio a mí mismo. Pero él me volteó y fue como si existiera
siempre. Y una gran sonrisa me derritió el corazón. Me sujetó, me llevó su
patio y vi dos niños jugando a las carreras. Él les dijo: −Les tengo un regalo. Algo que me hizo ser un verdadero niño, es mi
balón preferido−. Me sujetó y me lanzó
hacia a ellos. El niño me pateo y de nuevo vi el cielo tan azul como lo
recordaba.
Alfredo López
Ortega
CONALEP 153 puebla
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Recuerda que tu mensaje pasa por un proceso de moderación para aparecer publicado.